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<div style="min-height:100px; font-family: Georgia; font-size:12px; text-align:justify; padding: 10px;">Magda veló por tu sueño. Estuvo un par de horas acurrucada en un sillón viejo, hecha un ovillo, arrancando distraída los hilos sueltos del tapiz. Los enredaba en los dedos, los soltaba y veía cómo caían; así, por largos minutos de lento transcurrir, inmersa en un bucle automático que mantenía a raya a Morfeo.

Lo cierto es que cayó rendida poco después, quedando con la cabeza ladeada y los párpados sellados, sucumbiendo a la seductora penumbra de la habitación. El descanso duró muy, muy poco, dado que oyó el crujir de la madera a su lado y terminó despertando de repente. Orsölya la miraba desde la puerta entornada como una silueta a contraluz, y le hacía señas para que bajara con ella. La excusa fue un café caliente.
Ya en la pequeña cocina, el ángel observó a mi Magda con un leve atisbo de preocupación en la mirada, mientras servía el beberaje oscuro en sendos pocillos de porcelana. Yo, por mi parte, pululaba por el recinto con pasos inaudibles y ojos atentos, observando absolutamente todo.

—¿Cómo está? —oí que Orsölya susurraba.
La joven, por su parte, alzó la mirada enseguida y suspiró, como si de esa forma se quitase un peso de encima.
—Mejor, quiero creer —replicó, entornando los ojos y llevándose a los labios la taza caliente. El café estaba fuerte y a la vez dulce, empalagoso y agradable en partes iguales.

Se hizo el silencio, como de costumbre. Ambas mujeres eran escuetas, concisas; pero jamás dejaban de saber lo que la otra necesitaba. Existía cierto código entre ellas, ciertos gestos, miradas. Sólo eso les hacía falta para pasar los días a veces sin decir una sola palabra, coexistiendo como un solo organismo que trabajaba a la par, sin fallas. Desde que Magda había puesto un pie en Ratbag, Orsölya la había encontrado y cobijado, sorprendida por la ignorancia de una humana que no tenía idea del lío en el que se había metido. Para ella, Magda había emprendido un corto camino hasta la boca del lobo, avanzando involuntariamente hacia su propia muerte, movida por un propósito que no era capaz de dilucidar. Por un tiempo llegó a pensar con cierta angustia en que a lo mejor eran tendencias suicidas y que protegiéndola sólo posponía lo inevitable. Pero no fue hasta la noche en que la oyó gritar de dolor, que Orsölya decidió dedicarle su existencia a un ser tan vulnerable. No hizo falta saber nada del por qué de su estadía en aquél averno improvisado; si aún tenía la fortaleza suficiente como para ponerse de pie cada día, la hacía digna de ser cuidada. Porque Magda jamás se victimizó.

Con una breve seña le dio a entender a la dueña del hotel que se iba a la recepción, y que allí se quedaría por si las dudas, cuidando la entrada. Yo la seguí. Invirtió varios minutos en cerrar bien las puertas, cruzar las varillas de acero que usaban a modo de tranca y taparlas con sendas cortinas lánguidas que colgaban con desgano de un alto barrote. La vi revisar las escasas ventanas que daban a la calle, taparlas con esmero y volver a su pequeño mostrador, tras el que tomó asiento con cautela mientras abría el cuaderno de bocetos.
Retomó la página en la que había quedado, viendo mejor lo último que había hecho momentos atrás.

Mientras dormías a la suave luz de una vela, Magda te observó detenidamente y adivinó la silueta de tus facciones con trazos finos. La penumbra y yo damos fe del trabajo en el que estuvo absorta hasta que te moviste de repente y la asustaste, haciéndola apartar el cuaderno y aguardar por tu vuelta al mundo de la consciencia.

En el preciso momento en que tomaba el lápiz para repasar ciertas líneas, oyó pasos en la escalera. Como el ángel seguía en la cocina adelantando trabajo para el día siguiente, era obvio que un inquilino necesitaba algo en particular. Pero cuando volteó el rostro hacia el pequeño pasillo que separaba la hilera empinada de peldaños y su propio escritorio, vio al muchacho de pie, acortando las distancias. Antes de que pudiese decir nada, la voz ajena se le adelantó, llegando a sus oídos con un tono entre avergonzado e indeciso. Al parecer sonaba más animado, sin el dejo lastimero del dolor físico tiñendo su tono, y su mirada anunciaba algo más de tranquilidad. Estaba a salvo allí, y él daba la impresión de tenerlo en cuenta.

—Estás en el Hotel Sin Nombre —respondió mi niña con voz queda, intentando pasar la página del cuaderno con disimulo mientras lo miraba. Mejor esconder aquellos bocetos, dado que no había tenido su consentimiento. A lo mejor escapaba de alguien y no quería ser reconocido— Descuida, no fue nada. Deberías hablar con Orsölya también; ella te salvó la vida —e hizo una breve pausa antes de agregar —¿Tienes hambre?

En ese momento la noté incómoda, como algo desencajada del ambiente. Tal vez era tu compañía lo que volvía tan breves sus enunciados. Lo cierto es que estaba en vías de superar su pseudo timidez, o de lo contrario jamás podría llegar a cumplir con su cometido. Pero después de todo, se le daba mejor escuchar que hablar. A lo mejor era porque se le habían acabado las palabras. </div>

La División Berserk era la de El Irlandés, un tipo que ni de coña había nacido en Irlanda, pero que solía adoptar el apellido O'Grady cuando salía de excursión. Jamás le preguntaron su nombre verdadero. Era el encargado de las tareas que necesitaban de artillería pesada. Sí, como tanques Sherman.
La División Panther era la de sigilo y espionaje, a cargo del buen Tatsurou Hayashida, un hijo de puta que jamás pisaba La Colmena por considerarla impura. Trascendía el estereotipo de asiático centrado y preocupado por asuntos divinos, solamente porque de japonés tenía sólo el nombre.
La División Wasp estaba a cargo de Proxy. Sólo ella conformaba su rama por ser asquerosamente buena en lo que hacía, y se ocupaba únicamente de transferir los datos de los encargos al empleado correspondiente, controlar las cuentas de ahorro, y por si fuera poco, proveerles de toda la información que necesitasen sobre sus respectivos objetivos.
Y luego estaba la División Rhino, que eran los malditos que iban de frente y repartían tiros a diestra y siniestra. Ahí estaba Becca, acompañada, para su desgracia, de algún que otro camarada transitorio que duraba cinco trabajos y renunciaba, o moría por el más estúpido de los descuidos. Joe trabajaba en Rhino pero lo mismo que tenía de buen tirador, lo tenía de perezoso. El jodido imbécil solía hacer coincidir sus días libres con los de su compañera de división, porque estaba segurísimo de que no sólo zafaría, sino que Becca accedería con tal de llevarse el dinero a casa.

[01:41:16] Seth Koller : Si tan solo se alejara de ese reino, quizá las cosas serían más fáciles. Huir podría ser una solución al problema, y era algo que estaba pensando muy seriamente Seth, mientras caminaba hacia un río, en las lejanías de Sydney. —¿Podremos ganar, verdad? —Ahora fue Agartha quien rompió el silencio. Seth de por sí era alguien bastante taciturno, por lo que generalmente las charlas no comenzaban con él. Parado sobre la orilla del río, mirando su reflejo en la cristalina agua, respondió. —Esto no es nada comparado con lo que luego vendrá. Así que no podemos darnos el lujo de perder, Agartha. —Su katana, tan fiel a su amo, simplemente dijo un sí con toda la determinación del mundo. La susodicha arma, apareció empuñada en la diestra del joven, y finalmente, comenzó a brillar como nunca. A continuación, unas alas del mismo color que aquel brillo intenso se desplegaron de la espalda de Seth, y el aleteo, suave y fluído, lo hizo despegarse del suelo, hasta unos metros. Por unos segundos, aquellas alas se mantuvieron
[01:41:20] Seth Koller : rígidas, dejando que el joven caiga, para luego ser propulsado a una gran velocidad. Definitivamente aquellas alas eran cosa de su arma y no de él. —¿En qué piensas, Seth? —Preguntó nuevamente Agartha, dentro de la conciencia de él, mientras se movilizaban a una gran velocidad, como si fuesen un avión a chorro pero dejando una estela de luz. La mirada de Seth en esos momentos se encontraba neutra, seria como ninguna. Definitivamente se estaba preparando para enfrentarse a su padre. —En que es momento de ponerme serio y de verdad. —Aquellas palabras no sabían si llenar de consuelo o preocuparle a su fiel compañera, quien decidió quedarse callada. Aquella luz que irradiaban las alas los rodeó a ambos, haciéndolos parecer una estrella fugaz que caía del cielo. Definitivamente Seth era un joven que se hartaba y quizá detrás de su seriedad se escondía una determinación que incluso Kim sabe respetar. Dos horas después, Seth llegó a los dominios de su reino, quedando sobre el palacio, en el aire. Las alas
[01:41:46] Seth Koller : desaparecieron, convirtiéndose en una enorme cantidad de saetas que cayeron sobre el palacio, dañando todo el lugar mientras él descendía por producto de la gravedad. Hasta que final, luego de aquel llamado de atención, cayó a tierra firme. —Pareces más vivo que nunca, Seth. ¿Vienes para pagar por tu traición? —Visiblemente borroso, a unos pocos metros pudo ver una silueta familiar e inesperada por él. Recordaba aquella voz como nadie: Su padre. —¿Qué clase de broma es esta?... —Dijo Seth, con claras intenciones de matar a ese sujeto y luego ir por Sophie.