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Mensaje por Admin Jue Feb 05, 2015 8:09 pm

Fichas viejas

Un Adonis que en su tiempo fuese humano, de apariencia parecida pero sin el destello peligroso de lo inapropiado e incorrecto en sus ojos verdes. La piel blanca asoma por doquier, forrando el esbelto porte con una tersura mancillada por las pocas cicatrices que ha tenido. De complexión atlética y musculatura marcada, hombros anchos y caderas estrechas sobre las que descansan nada más que un par de jeans durante la luna llena, camina con paso firme y mirada amenazante como si fuese a llevarse puesto el mundo entero.

De pelo corto sobre las orejas y apenas largo sobre la frente, se muestra siempre prolijo a su manera demostrando una rectitud que no es tal, sino la reminiscencia de aquello que acostumbraba hacer cuando su vida era más sencilla. Las camperas de cuero negro son su caballito de batalla, así como las camisetas sin mangas y los borcegos acordonados. Todo él parece un militante, alguien que, a decir verdad, no se lo pensaría dos veces a la hora de repartir derechazos por puro placer, peleando contra algo que no es visible si no se lo conoce en profundidad.

De nariz recta, labios apetecibles que ocultan una dentadura blanca de caninos afilados y molares sólidos, mandíbula ligeramente cuadrada sin rozar lo estrictamente geométrico, pestañas y cejas pobladas, castañas como el color chocolate de su pelo.

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De pelaje suave pero colmillos afilados, la bestia roja abandona su forma humana y saca a relucir su salvajismo. Un cuadrúpedo de ochenta centímetros de alto -hasta el hombro-, un metro y cuarenta centímentros de largo, cincuenta y cinco kilogramos de peso, y garras desafiladas para facilitarle la tracción en suelo resbaladizo. Animal de pecho estrecho, espalda potente y una musculatura infernal en las cuatro patas, que fácilmente llega a los 65 km/h como velocidad máxima y es capaz de cubrir saltos de hasta cinco metros. Ojos dorados que relucen en lo oscuro, anunciándole el final a la presa que tenga entre ceja y ceja, a quien desgarrará con dientes puntiagudos y retendrá con patas enormes.

De más está decir que, al igual que los suyos, es capaz de ver en la oscuridad gracias a la capa de tejido ubicada detrás de sus retinas; también posee una fina membrana entre los dedos de las patas con el fin de facilitarle la locomoción en tierra, arena y nieve.

Un ser que aparenta simpleza, fácil de entender al principio como un juego al que se le desbloquean niveles, pero cuanto más se conoce de él, más complejo se vuelve. Un fanfarrón del que hay que cuidarse.

La calma en él siempre precede a la tormenta que desata su verborragia descontrolada y el hiriente tono despectivo que suele usar con frecuencia cuando las cosas están medianamente bien. No habla de más, pero cuando lo hace quiere ser escuchado y es capaz de recurrir a los golpes para ello. Es sumamente violento y pasional, tomándose en serio absolutamente todo lo que parezca ser una provocación aunque en sí no lo sea, exagerando en su reacción y sucumbiendo ante la ira.

Sus ataques son frecuentes, impredecibles e irregulares. Cualquier cosa puede detonarlos y lo vuelve ciego a la hora de la verdad, incapaz de distinguir a un niño de un adulto. Ha resultado ser un monstruo en todos los sentidos desde la muerte de su novia, odiándose a sí mismo por ello. Pero si se rasca la superficie apenas un poco, algo mucho más intenso yace bajo todo ese dolor acumulado: el odio corrosivo hacia aquél responsable de toda su miseria. Lleva cuatro años enteros soñando cómo sería encontrarlo y desfigurarle la cara a garrazos, teniendo que contentarse con destruir su propio apartamento lleno de sacos de boxeo que raja con los dedos en un santiamén.

Pero una parte de él es la que le obliga a quedarse quieto y conservar la poca calma que le queda, obligándolo a retirarse por días enteros a lugares tan apartados que nadie pueda encontrarle, víctima del arrepentimiento por lo que ha hecho iracundo. Cree que les hace un favor al resto, y sin embargo se hace un favor a sí mismo al darse un descanso y parar de autoflagelarse o querer buscar pelea.

Los cambios en él han abarcado el perfil salvaje que siempre tuvo, acentuándolo de manera tal que parece y actúa tan primitivamente como una bestia en determinadas ocasiones. Y el único recuerdo que conserva de su humanidad, es el haber amado una sola vez con tanta intensidad que está convencido de que no podrá hacerlo de nuevo. La realidad y el destino le harán saber cuán equivocado o acertado está.

Miente con regularidad para despistar por el placer de hacerlo, y para permanecer alejado de aquella gente ajena a su manada. Por otro lado, su lealtad hacia los suyos es inquebrantable; que se disuelva su compromiso para con ellos, es tan improbable como la desaparición de lo que siente hacia cierta parte de su pasado. Un pasado del que no gusta hablar, un pasado que añora olvidar aunque fuese con un golpe en la cabeza.

Se siente como un cachorro al que han apaleado a traición, abandonado a su suerte y rescatado a duras penas para no dejarlo convertirse en aquello que su propia sangre sigue siendo, suelto en algún lugar, acechando y esperándole para la revancha por una mujer que nunca más verá.

Pero aún no le han destruido el orgullo.

Hans, hermano mayor de Gunther por cuatro años, era un exitoso aprendiz de corredor de bolsa que irradiaba luz con sólo mirarlo. Era de esa clase de tipo que conseguía todas las chicas con su porte impecable y a la vez despreocupado, alucinándolas con su carisma y su Porsche Cayenne. Era encantador con o sin el Porsche, de todas formas. Pero no había chance de que sentara cabeza según el consejo de su padre, que siempre recurría a Gunther como ejemplo y la suerte que había tenido de encontrar a la mujer de su vida a tan temprana edad. Hans reía cada vez, luciendo simpáticos hoyuelos en las mejillas y un brillo especial en los ojos.

Un brillo que se intensificó en cuanto conoció a Maggie. La novia de Gunther.

La historia amaga con ser obvia, pero no lo es, dado que nunca pudo tener a Margaret. Ni siquiera cuando soñaba que la estrechaba entre sus brazos como la frágil muñeca en la que se había convertido, y entonces aparecía Gunther y se la llevaba lejos hasta hacerla desaparecer de su vista. Y se obsesionó. Se obsesionó con ella al punto de ocultarlo todo lo posible y lucir una máscara infalible de aparente educación que usaba delante de los tortolitos, tratando de evitar hacerle caso a la malicia que brotaba de su corazón como un géiser negro y seguir con su vida a trompicones.

La deseaba, pero la deseaba como a un trofeo. Una recompensa por insistir, por no bajar los brazos cuando todo estaba perdido desde el principio. Pero ella sólo tenía ojos para aquél con quien pensaba casarse en un par de años más. Hans enloqueció. Su inestabilidad lo carcomió por dentro como el ácido a una batería, comenzando a descascararse el empapelado tan pulcro que pretendía definirle como cercano al arquetipo de hombre correcto. Y entonces asomó la bestia. Un animal que parecía salirle de debajo de la piel, que le rajaba los músculos, que le rompía los huesos y, aún después de la agónica transición, lo hacía sentir libre.

La bestia é arrivata.
Margaret sería suya. Gunther no merecía tenerla, porque nunca se había fijado realmente en ella hasta que se había vuelto el ángel que era en ese momento. Pero como él no podía tenerla, su hermano tampoco podría. Lo mordió, vestido con las pieles de un lobo salvaje; una sombra veloz que se alejó por el callejón y se perdió en la densidad del manto que la noche cernía sobre él. Gunther sangraba, se estremecía. No lograba entender aún qué era lo que había pasado. Y el dolor lo adormecía de a poco, mientras comenzaba a molestarle el escozor creciente que se le instalaba en el costado del abdomen.

Sólo pasaron unas semanas hasta que, completamente recuperado, el muchacho inspiró preocupación pero por razones distintas. Su temperamento iba de mal en peor. Su agresividad era producto de la forma de ser que tanto había intentado controlar a lo largo de los años, elevada a la enésima potencia. Pero no habían explicaciones, no habían respuestas. Y sin embargo cesó aquél duro período de sanación, en el que, según Gunther, se había sentido extraño cada noche como si algo hiciese fuerza por salir de su cuerpo. La sensación de tener arcadas pero no poder vomitar.

Una noche de cielo encapotado, el castaño se sentía extraño pero no podía explicar por qué, si su herida había bajado la inflamación y ya no lucía enrojecida. Pero había cierto cosquilleo, cierto hormigueo sutil que se expandía por su abdomen como si el tacto invisible de alguien lo abrazase a la altura del ombligo. Maggie permanecía recostada en la cama con la luz apagada y hecha un ovillo, y pareció reaccionar levemente en cuanto lo oyó entrar a la habitación con paso lento y cauteloso. Gunther se entreparó a los pies de la cama y la miró como si ella fuese su mundo entero -lo era- y rodeó el amasijo de sábanas revueltas que olían a lavanda para comenzar a desvestirse e intentar dormir. De seguro que paliaba la molestia conciliando el sueño.

Una vez cerca de ella, Maggie despertó con un gruñido que sonaba tierno al oído, espabilándose mientras se estiraba como un gato con los brazos por encima de la cabeza. Se apartó los rubios rizos del rostro y se volteó para mirarle, sonriendo con los ojos achinados de cansancio mientras lo atraía hacia sí con manos suaves y cálidas. Siempre comenzaba igual, y diez minutos después yacían pegados uno al otro en un abrazo sólido en medio de un torrente pasional de besos y caricias, porque ella era sí; él era así.

Pero en aquella ocasión había algo distinto. El dolor no amainaba, pero no debía deberse al contacto tan cercano y al simple movimiento de su cuerpo apresando a la mujer de su vida contra el colchón, apretándole las muñecas contra la almohada por encima de los bucles dorados, mirándola con devoción y susurrándole cosas inmorales al oído mientras ella reía, divertida. Entonces un fulgor comenzó a colmar la habitación, como si la plata se hubiese evaporado y vuelto niebla y luz a la vez, tiñendo de gris y un tono helado todo lo que los rodeaba. Incluso la piel de ambos devino azulada. Y la luna salió, abriéndose paso con majestuosidad inesperada de entre el cúmulo de nubes densas. Una luna llena.

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Ejemplar exquisito de juventud eterna, belleza mística y elegancia inherente al ser. Varón de tez blanca, casi tan pálida como si el fulgor plateado de la luna y su filtro frío le bañasen la piel constantemente resaltando su tersura. De complexión engañosa, delgada y fibrosa, que le confiere esbeltez a su porte correcto y caminar pausado, cuando pareciera deslizarse inaudiblemente. Un aura impenetrable de impasibilidad lo mantiene alejado de aquello que lo rodea, pero sus facciones no pierden su delicado atractivo aún en la carencia de expresión, enmarcadas por cabellos negro azabache en la penumbra, deviniendo azul marino bajo luz más intensa.

Labios delgados que rara vez llegan a esbozar una sonrisa, pómulos levemente marcados, nariz cincelada y derecha, ojos levemente rasgados y de un verde que actúa como fiel reminiscencia de la hierba fresca, hacen de su rostro una máscara impertérrita que no abandona en presencia de ajenos a los suyos. Sin embargo, la malicia suele abrirse paso con naturalidad en su mirada y matar todo vestigio de imparcialidad, mas no es capaz de sentir enojo y deformar su semblante en función.

Viste ropas livianas cuando el descanso de sus deberes se le está permitido envolviéndose en telas suaves y vestiduras holgadas, pero todo él deviene aún más impecable a la hora de ponerse en campaña, luciendo una reluciente armadura blanca como el marfil. Y allí, en el par de hombreras y a un costado de la nívea pechera maciza, las cuatro ces entrelazadas indican el nuevo status del que hace alarde en el momento, orgulloso.

Su carácter se resume a los pocos aspectos que deja entrever, relegando al anonimato aquéllos que no es capaz de reconocer y recuperar después de tantos cientos de años vivo. El tiempo no ha hecho más que acentuar su disciplina hasta límites satánicos, pulir su paciencia y volverlo estable como las rocas al pie de un acantilado siendo azotado por el mar, incapaz de actuar impulsivamente y prefiriendo acudir al intelecto para evitar equivocaciones que pudieran costarle caro.

Cree que el sarcasmo suele indicar falta de inteligencia así como de respeto, por lo que el cinismo es la única arma más filosa que su espada. Tal y como los de su raza es incapaz de mentir, pero sí acude a lo enrevesado de su verborragia para exponer una verdad que aquél que la escuche deberá discernir por su cuenta, hallándose solo en un mapa conceptual mezclado e intrincado como un laberinto. Y en su caso, cuando tiene la oportunidad de presenciar la cadena de razonamiento de aquellos en quienes ha aplicado su discurso, disfruta con sorna cada error, cada gesto ingenuo de los que considera inferiores; los mortales son objeto de su insidia, creyendo que no son merecedores ni de una sola mirada de su Reina, quien siempre se ha mostrado generosa al ofrecerles tratos a los que viven comprendidos en la visión de las Sombras.

Y es precisamente la Reina Seelie quien hace la diferencia aún en el selectivo círculo que frecuenta, y por quien es capaz de todo. El amor y devoción que siente por ella es del tipo que no podría ser entendido debidamente por los que corren cerca del filo de la muerte, desgraciados al no poder experimentar tamaña entrega y lealtad hacia su Majestad. A pesar de que la belleza onírica y pura es moneda corriente en el Clan de las Hadas, el caballero no puede evitar bajar la mirada y callar si no se le ha pedido la palabra, sintiéndose apabullado y obnubilado aún en presencia de la soberana. Tiene presente que ser su favorito no es motivo suficiente para tomarse libertades, sino que siente la más sincera complacencia al servirle y serle de ayuda en todo lo que pueda, tal y como ha hecho desde que la conoció.

Este modus operandi le ha otorgado un puesto en Idris como representante de su gente, y miembro gozoso de voz y voto ante los Nephilim y el resto de Submundos, anunciando una era de cambios en la que la Corte Seelie jugará un papel crucial.
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Mariska no es la típica belleza mediterránea. Su llamativa figura de 1.76m es un oportuno combo de buenos atributos femeninos, cintura pequeña y caderas anchas, largas piernas y tobillos finos. La suave piel que alguna vez fuese olivácea, ahora luce igual de aterciopelada que antes pero ha devenido terriblemente pálida, dejándose ver en los vestidos escotados y haciéndola parecer una muñeca que amenaza con romperse al más mínimo contacto. Pero las apariencias engañan, ya que dicha fragilidad no le impide ser astuta y ágil a la hora de destrozar a un oponente, manteniendo la férrea actitud que la caracteriza.

Su atractivo es notorio no sólo en la delgada complexión y femíneas curvas, sino también en el exotismo de sus facciones y en la insidia aparente que transmite con la mirada. De labios carnosos, largas pestañas negras y mentón redondeado, conserva muy bien la juventud de la que gozaba en vida, paseándose altanera ante sus enemigos, modesta entre los suyos. El pelo negro azabache; ondeado un día, lacio al siguiente; le cae por la espalda con gracilidad hasta las caderas y suele llevarlo tanto suelto como atado en una coleta alta dependiendo de la ocasión, siendo el único aspecto suyo que no ha diferido tanto a lo largo de los años.

Por otro lado, una segunda faceta suya la vuelve impredecible para cualquiera. Su versatilidad es admirable, siendo una mujer camaleónica en lo que a apariencias se refiere; logró vivir cerca de doscientos años adaptando y adoptando tendencias varias de cada época que le tocó vivir, pasando desapercibida la mayor parte de las veces. Su vestimenta es siempre variada y extravagante, pulcra y extremadamente prolija, elegida con cuidado y lucida con elegancia. Su gusto oscila entre finos vestidos de seda y terciopelo, pasando por conjuntos del más caro tweed, llegando a las camisas bordadas y los pantalones de tiro alto; y en la contraparte, el vinilo y el cuero han despertado su ávida curiosidad, dándole más opciones y libertad de las que había soñado. Desde que descubrió los tacos altos no ha parado de usarlos al caer en la cuenta de que son el método perfecto de aprendizaje para las muchachas que deban caminar derechas, cuyas espaldas encorvadas sacan de quicio a la ex-regente.

Toda ella parece haberse detenido en el tiempo, siendo la fiel reminiscencia de la poderosa mujer que fue alguna vez.

Podría describírsela como una mujer de temperamento hostil y tranquilidad exacerbada. En sus momentos de quietud su actuar es metódico y su criterio, estable. No titubea ni un segundo y planta cara al que sea, con propiedad en la palabra y una inquebrantable obstinación. Es disciplinada en términos normales, creyente en que una pequeña mentira blanca no hace daño en el momento justo. Su moral no es la mejor pero tampoco una aberración a ojos de santo, siendo una mujer que lucha por lo que quiere y es consciente de sus limitaciones a la hora de los sacrificios.

Pero esta flor delicada deviene en amazona y es de temer con la mente turbia. La ira suele enceguecerla y no dejarle pensar con claridad cuando las cosas no le son favorecedoras en determinadas cuestiones. Es sumamente caprichosa y empedernida, llegando a considerar la más extrema violencia para obtener el objeto en discordia y salir victoriosa. La vehemencia es su fuerte, su perdición y también el as que siempre guarda bajo la manga.

Grácil como pocas, recatada y fina, consciente de que la ética y el descontrol residen y coexisten en ella. De carácter fuerte y tendencia a alzar la barbilla y erguirse cuan alta es, mostrándose amenazante ante aquellos que resultan ser más débiles ante su sola presencia. Impecable en el vocabulario, el ademán y el proceder, elogia una vez cada muerte de obispo, y remarca los contras de su interlocutor con suma soltura mas no sin respeto; es por ello que los que reciban sus halagos, que aprovechen a regodearse en el favor de esta mujer.

Tenerla de enemiga no es cosa fácil. Su verborragia puede llegar a tener sentido gran parte de las veces, volviéndola implacable en cualquier debate en el que interfiera lo políticamente correcto, aún cuando esa no sea su intención. Goza de una suerte fuera de lo común, la que compensa la tristeza que arrastra desde hace varias décadas, donde las mujeres no tenían otra opción que casarse con un hombre poderoso para ser tomadas en cuenta. El amor se le fue negado desde muy temprana edad teniendo que rechazar al hombre de su vida por un matrimonio arreglado y una muerte repentina, siendo éste hecho el que endureció el frío corazón que yace estático entre sus costillas, las que extrañan el palpitar de la vida en sus adentros. Pero cada lágrima derramada es secada por una mano dubitativa cuando se ve en presencia de hombres más jóvenes, cuya compañía le resulta exquisita y, a su vez, parte de su castigo.

―Al fin te encuentro, mujer ―. Aquella voz, grave y aterciopelada, le generó numerosos escalofríos que le recorrieron la médula de forma descendente, dibujando las ballenas del corsé que le afinaba la cintura. La mujer se volteó lentamente con una mano sujetando la otra sobre el vientre, mirando con un leve atisbo de temor a aquél que se dirigía a ella arrastrando las palabras con desfachatez.

Era él. Hacía varios meses que no veía su aporcelanado rostro pálido, su esbelta figura varonil, su lacio cabello negro despeinado como si recién se hubiera bajado de su purasangre azabache. Una visión. Férenc era una visión a ojos de la pelinegra, quien no pudo ocultar cómo su semblante esbozaba una expresión entre lastimera y anhelante.

―¿Qué haces aquí? No puedes estar en esta casa. ―musitó la fémina con un hilo de voz. Su marido había sido uno de los tantos caballeros que habían quedado en Csejthe para protegerla contra la revuelta de croatas y rumanos que querían alzarse contra la Casa de Habsburgo, los austríacos que llevaban gobernando Hungría y Bohemia desde hacía más de cuatrocientos años. Era conocido como el Jinete Negro o la Última Sombra: aquello que se veía por última vez antes de morir decapitado por su espada; y aquél kasteli, alzándose altanero en tierras prósperas, era lo único que quedaba de él. Lo único que la unía a ella a István.

―Vine a buscarte.
―¿Para qué? No... no entiendo.
―Para decirte que estás lista. Tienes que abandonar esta casa ahora y seguir con tu camino. Habrá una invasión que arrasará este territorio, reduciendo el poblado a cenizas y ésta mansión también. Tienes que irte, Mariska ―. Y el pelinegro acortó las distancias con suma rapidez, tomó a la mujer por la cintura y selló sus palabras con un beso que pareció durar una dulce eternidad. Se amaban. Se amaban con locura pero ambos optaban por relegar al olvido el recuerdo de la conversión, la distancia, y el tiempo que hacía su parte, culpable de todo su dolor. Todo lo que ella era, se lo debía a él.

―Lleva mi caballo y piérdete en el monte. Rodea el pantano y sigue por el camino de gravilla hasta las afueras de la ciudad. Y no mires atrás. No mires atrás. ―susurró. Ella no pudo evitar notar un tono penoso y lastimero en la profunda voz de su amante, en cuya mirada predatoria quiso perderse para siempre..

―¿Qué vas a hacer? ¿Por qué no puedes venir conmigo? ―musitó la bestia de oro negro, mirándole inquisitivamente mientras posaba una mano sobre su frío rostro.

―Ve y no mires atrás, Mariska. Vete ya. ―y creó un hueco entre ambos, creyendo enloquecer si seguía con aquella mujer cerca, suplicante.

Y la esbelta figura abandonó el recinto sin antes posarse en el marco de la desvencijada puerta, buscando una mirada que se le negó en el momento y que permanecía oculta tras el negro cabello del varón. El corazón se le estrujó en un segundo y le dio la fuerza y la determinación para desatar al corcel y salir montada en él por la senda que se le fue encomendada a seguir. Pero fue a mitad de camino cuando el silencio y el silbido del viento junto a ella se quebraron, interrumpidos por un grito desgarrador y tan profundo como la voz que momentos antes había oído con devoción: la invasión ya estaba sobre ellos cuando Férenc había aparecido a advertirle.

Una fuerte opresión en el pecho acudió a Mariska cuando ésta traspasó la frontera en dirección al bosque más tupido de los alrededores, cayendo del equino cuando éste detuvo su trote sobre la hojarasca que apretaba con las herraduras. Sentía un iceberg entero atravesándole el corazón, producto de la impresión causada por la imagen que se le había prohibido ver. Y sin embargo, aún a salvo, se sentía más expuesta que nunca, aturdida por el grito que seguía retumbando en sus oídos, reverberándose a sí mismo hasta el infinito.

Él era su todo, y se lo habían arrebatado los mundanos, los ignorantes y asustadizos hombres que mataban y destruían todo aquello que no alcanzaban a comprender. Pero el perdón asomó en ella tímidamente. A pesar del coraje que bien podría haberle hecho hervir la sangre, se dejó dominar por el amor que le tenía al que la había convertido en lo que era. Le debía su existencia.

Incluso el corazón que hacía años había dejado de latir.

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Amazona europea de un metro ochenta, piel nívea, tersa, y fría como la de un reptil, senos robustos, cintura estrecha, caderas medianamente anchas y piernas torneadas. De porte importante y andar decidido, se pasea con corrección y recato, incapaz de hacerse ver cuando la ocasión así lo requiere, siendo el sigilo encarnado y la última sombra que finiquitó las vidas de unos cuantos a base de plomo. Delgada y ágil, de aspecto delicado y aparentemente inalcanzable, se alza erguida como un monolito que posee control total de su propio cuerpo, capaz de hazañas que una mujer promedio no podría desempeñar. De reflejos y andar felino, paso silente y cuerpo liviano.

El cabello castaño oscuro que deviene negro en la oscuridad, enmarca sus femíneas facciones de forma tal que las endurece y vuelve severa su expresión. De semblante pálido con una irremediable tendencia a ruborizarse de forma masiva, suele ser víctima de malas interpretaciones, siendo que las temperaturas elevadas llegan a ser la única causante de su sonrojo.

Su voz se asemeja bastante al murmullo de un río o al vaivén de las olas; aterciopelada y profunda, encantadora y agradable al oído como lo es la seda al tacto.

Eva es, en resumidas cuentas, una mujer de armas tomar. Detesta fervientemente el hecho de quedarse cruzada de brazos viendo cómo las cosas acontecen frente a sus ojos. Siempre ha querido dejar de ser una simple espectadora, una figura pasiva resguardada en el anonimato; desde que tiene memoria ha ansiado ser la protagonista hasta de su propia vida. Prolija, comedida, perfeccionista y observadora, ha resultado ser bastante buena en el arte de robar vidas. Conocida por hacer un excelente trabajo a cambio de una remuneración acorde, se gana el sustento al no dejar rastro de nada y al cambiar los tantos de la situación, siendo capaz de dirigir la evidencia dejada a propósito hacia el peor enemigo del cliente a complacer.

Es una persona indescifrable a simple vista, capaz de confundir tanto con la verborragia como con el proceder. Le gusta el hecho de resultar ambigua a los ojos ajenos, ya que es de esas mujeres que aman el misterio y el manto de incertidumbre que dejan recaer sobre sus nombres, pero en términos generales es un ser de emociones simples que confía en los puntos justos. No existen áreas grises, sólo blanco y negro, así como existe la carne cruda o bien cocida. La objetividad le ha salvado la vida más de una vez, así como la ha vuelto insoportablemente insulsa al brindarse demasiado a las rutinas. Pero no es como si le importase.

Más allá de su apariencia de femme fatale con rifle a cuestas, es sumamente dedicada a la lectura y al estudio de las letras, llegando a sorprender a más de uno que ha osado tratarla de bruta analfabeta. Suele escribir una especie de bitácora, un pequeño librito lila donde anota, como anagramas, el nombre de cada persona o entidad para la que ha trabajado en los últimos dos años. Es pésima para recordar nombres, fechas, lugares, objetos; pero es excelente recordando rostros y tonos de voz.

El código de conducta del ejército se le ha quedado grabado a fuego, contribuyendo a moldear la poca tolerancia para con la sarta de cosas que a más de uno le place hacer por falta de disciplina. Y, para desgracia de aquéllos, no las soporta ni aunque hiciese su mayor esfuerzo, sacando a relucir la obsesiva del orden que es en realidad, la metódica.

"Conocí a Eva cuando éramos apenas unos críos. Era una máquina de decir y hacer estupideces, corría y alborotaba al perro, no ordenaba su habitación, no obedecía ni a su madre ni a su padrastro, le tiraba guijarros al gato del vecino, alimentaba los pájaros con migajas en el patio trasero, se lastimaba las rodillas andando en bicicleta. Era tan normal como podía serlo una niña de diez años. La rebeldía la llevaba en la sangre, la respiraba, la bebía, la comía. Era parte de ella tanto como lo era su propio corazón. Y sin embargo, una porción suya que se desvaneció con el tiempo y que nunca olvidaré es la que hoy en día añoro de ella.

Recuerdo con cariño cuando se aparecía en mi casa los días de tormenta y entraba en mi habitación después de haber convencido a mi madre de dejarla dormir conmigo; yo le cedía mi cama y prefería dormir en el suelo como bien insistía mi hermana, pero Eva me buscaba y me abrazaba, quedándose dormida junto a mí al saber que estaba cerca de ella y que nada podía pasarle, como un pichón que hunde el pico bajo el ala de su madre. Y esa sensación de seguridad comencé a tenerla yo cuando ya habíamos crecido suficiente. No me enamoré de ella como siempre creí que lo haría. No podía amarla porque se había vuelto tan firme y determinada que tenía la loca idea de que, de enterarse, ella me golpearía hasta que la idea se me escurriese de la cabeza de una vez. Quizás exageré. O quizás no.

Al enterarse de la verdad sobre la ausencia y el abandono de su padre, cambió drásticamente y se cerró casi que herméticamente a todo aquél que se le acercara. Decidió que no quería ser débil, que no podía ser débil, que reprimiría el deseo de salir corriendo a buscar a su verdadero progenitor esperando sentir alguna especie de fuerza invisible que intentase reunirlos a ambos al compartir la misma sangre. Pero ese momento nunca llegó por más fuerte que fuese el impulso por buscarle. Y la única manera que tenía de relegarse a sí misma al vacío emocional y la fortaleza que tanto buscaba, era formar parte de las Fuerzas Armadas americanas. Y en eso la apoyé: escribimos la solicitud juntos, aplicamos, nos llamaron, y al mes estábamos haciendo las maletas y despidiéndonos de nuestra gente. Y, de la mano, manejamos juntos hasta Florida.

Muchos jóvenes decidían volcarse a la universidad o a la vagancia misma. Nosotros estábamos sudando en un campo embarrado de quién sabe cuántas yardas de largo corriendo como posesos como si el mismísimo Diablo nos persiguiera. Y puede que fuese así, porque ella podía sentir cosas. Las sentía y las veía. Yo me quedaba por fuera del asunto por mi corta capacidad de entendimiento para lo que no puedo concebir, pero ella, dentro de su burbuja cuasi-impenetrable de objetividad, compostura e inexpresividad, sabía que habían ciertas cosas que no andaban bien. Y, a pesar de ello, siguió con su vida lo mejor que pudo, hasta que, hace cinco años, la atraparon en Irak [...]"


El documento está chamuscado hasta la mitad.


Última edición por Admin el Miér Ago 12, 2015 2:50 pm, editado 1 vez

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Mensaje por Admin Jue Feb 05, 2015 8:56 pm


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Mensaje por Admin Dom Mayo 15, 2016 9:35 am

Perspicaz, astuto, intrépido, temerario, a la vez reservado y aparentemente imperturbable. Quimera de libertinaje y moral compaginadas. Bestia sin voz encerrada bajo términos de la lealtad que debe a la Clave, siendo ésta última su única motivación. Cree en el honor, la gloria y el deber a su subjetiva manera, consciente de que la realidad del guerrero cazador dista mucho de lo que sugiere el verdadero significado de aquélla tríada utópica.

Se pasea con confianza, mas no con altanería, pero un cierto dejo de soberbia en su mirada es suficiente para suscitar emociones adversas en los hombres y, por qué no, anhelos lujuriosos en las féminas. Su vida gira en torno a aquello que puede manejar, siendo el hombre que calma su carne trémula en compañía de mujeres cuyo nombre apenas recuerda. Las relaciones le han dejado un mal sabor y prefiere volcarse a lo insípido de los amoríos transitorios. Pero la soledad, pérfida y alcahueta de la razón, termina ganándole la pulseada en las noches frías a cama vacía.

Detesta con todo su ser lo que las mujeres pueden llegar a provocarle, y más aún los asuntos amorosos. No se considera a sí mismo ni un desgraciado ni un donjuán, pero es consciente de que gusta mucho tanto a subterráneas como a cazadoras por su aspecto de introvertido extravagante. Pero a pesar de ser un completo imbécil la mayor parte del tiempo con la gente que le rodea, una herida permanece abierta en su pecho. Una herida que ni el más potente iratze puede curar. Arrastra su pasado tras él como un preso su grillete, y esto puede verse en su semblante ensombrecido cada vez que algo o alguien intenta recordárselo.

Vehemente como pocos, terco, porfiado. Si tiene una meta no repara en qué posibilidades existen de cumplirla. Nadie ha sido capaz de convencerle de lo contrario sobre sus suposiciones o creencias, dado que se muestra reacio a interesarse por las opiniones de alguien más. Es capaz de desatar monólogos dignos de un puñetazo como respuesta, sin discriminar el rango o el género de aquél a quien los dirige. Y muy a pesar de su aparente estupidez en estos casos, después de haber despotricado suficiente, es capaz de ver sus propios errores e intenta enmendarlos... a su manera.
Pobre de aquél que espere rosas o bombones como indemnización por sus faltas, porque no es ese tipo de persona. Suele olvidar lo que no le interesa pero es muy despierto a la hora de devolver favores o compensar equivocaciones.

Su elocuencia reside en la gestualidad y la mirada. Sólo se explaya en contadas ocasiones dependiendo de su colocutor, a quien tratará de acuerdo a las circunstancias. Por lo demás es un ser sumamente apasionado. Apasionado en silencio, en secreto, por lo bajo y con recelo. Aquél que contempla y observa, curioso, escudriñándolo todo para después actuar. Se toma su tiempo y es de una paciencia limitada, siendo bastante hipócrita en este sentido. En resumidas cuentas, una rareza ambigua encarnada.

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