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Mensaje por Admin Vie Feb 06, 2015 9:49 pm

<div style="min-height:100px; font-family: Georgia; font-size:12px; text-align:justify; padding: 10px;">Escurriendo como tinta por el lomo de un corcel sin jinete, tomaste solidez y sustancia con una gracia intimidante, como escapado de la pluma de un poeta maldito. La cortina de lluvia aminó para ti, amainó para los dos. Y ella te miró, de una forma que jamás olvidaré: con miedo y dulzura, con respeto y agradecimiento. Su pobre corazón se estrujó al concebir completa tu imagen, al ver sus recuerdos encarnados en una sombra de facciones cinceladas, pero no dudó en ningún momento de lo que sus ojos eran testigo. Aceptó tu presencia en un principio, abrumada en demasía por la coincidencia[...]

—Tú... —y las palabras se agolparon en su boca como una muchedumbre temerosa queriendo escapar de un recinto en llamas— Tú... —"existes, estás aquí, respiras, te mueves, me miras". Y Magda selló los finos labios rosados con lentitud, sintiendo cómo la potencia de su voz disminuía a la par de la lluvia. Acostumbrada a tomar las cosas como eran, sentía la resistencia interna de quien no es capaz de creer, pero por otro lado le era imposible pecar de prepotente y pensar que aquella criatura, indeciblemente bella, era producto de su imaginación. Simplemente no halló forma de explicar qué estaba sucediendo, no pudo especular sobre quién era él. Lo cierto es que la curiosidad le picaba el vientre como una piraña dando sus primeras dentelladas, y era lo único que evitaba que se le congelasen las articulaciones por el temor latente que ocultaba su mirada.

Sin perderte de vista, Magda se agachó para depositar los jazmines a un lado con toda la cautela del mundo, conservando solo uno entre sus dedos tibios. Se alzó cuan alta era con suma parsimonia, llegando a sentir sus propias vértebras mientras tanto, y estiró una mano firme hacia ti con la flor pendiendo de ella. Quería verte de cerca, que la vieras de cerca, que entendieras que no quería hacerte daño, y que en ella coexistían tanto la necesidad de avanzar, como el riesgo de resultar lastimada. La vi dar un par de pasos hacia ti y detenerse, titubeando, como si estuviera en presencia de un animal asustado e impredecible. Pero había tanta decisión y tanta entrega en sus ojos, que fue entonces cuando comprendí su verdad: no descansaría hasta el momento en que tomaras esa flor.



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Última edición por Admin el Jue Feb 26, 2015 9:02 pm, editado 2 veces

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Mensaje por Admin Vie Feb 06, 2015 11:26 pm

[01:45:09] Becca L. Denver : ―No me arrepiento en lo absoluto ―y se cruza de brazos, alzando la barbilla con una mueca de suficiencia― Pero admito que lo odié con toda mi alma los primeros días ―carraspea― Hasta que tomaste el mando

[02:00:15] Vincent L. Everett : Ya veo. ¿Entonces la pasaste mejor con las 12 horas diarias que hacia entrenar al batallón? Denver, me siento halagado -Se permitió reírse en voz baja, mirándola de soslayo- ¿Fue eso un cumplido?

―Gracias a ese medio día de torturas estoy donde estoy ―musita con cierto deje de orgullo en la voz, evitando cruzar miradas con el varón por capricho. Siendo tan directa, ¿entonces de dónde venía esa falta de carácter?― Puede ser, señor... ―dijo arrastrando las palabras con complicidad. Y entonces se respondió a sí misma la cuestión: "De su compañía", porque en aquellos momentos no sabía dónde meterse, intentando mantener la compostura. Los nervios no se notaban en su semblante, pero las manos pálidas, entrecruzadas tras la espalda, parecían aferrarse una a la otra con inusitado ahínco.

[02:14:29] Vincent L. Everett : ¿Te sucede algo, Denver?- Fingió con educación no notarlo. Se llevó las manos hacia atrás al igual que su compañera, pero esta vez escrutó su rostro con un dejo de curiosidad- No suenas tan segura como otras veces ¿Hay algo que quieras decirme? - Se reservaba esta confianza para los cercanos, pero debía admitir que aquello que lo impulsaba en no perder el hilo de la conversación no era solo mera condescendencia fraternal.

Y entonces, Rebecca sí volteó el rostro. Lo observó con una máscara de extrañeza puesta encima de un rostro de expresión descolocada. Pero habían grietas allí. Un movimiento reflejo en la comisura de su boca, imperceptible a simple vista, pero notorio a los ojos de quien prestara atención. Y un rápido batido de pestañas, producto, tal vez, de su incredulidad― No es nada, s―y aquél cambio en el trato para con él había sido ridículamente evidente. Respiró hondo y se dispuso a proseguir― Se avecina una tormenta, y eso me inquieta un tanto ―mintió, y se odió a sí misma.

[02:32:14] Vincent L. Everett : Efectivamente-Volvió la vista hacia el horizonte plagado de estrellas, y densas nubes amenazando cubrirlas en unas horas. Se irguió recto observando el cielo. La gruesa camisa se tensó en la espalda al llenarse de aire los pulmones con húmedo aire, pero sin abandonar el gesto severo usual en él. Aunque ahora, suavizado por una misteriosa satisfacción- Los cadetes no la pasarán tan mal mañana por la mañana – Toda la base conocía su inhumana afición por entrenar el doble los días de lluvia,- ¿No le gustan las tormentas?-

Sonrió de lado ante la ocurrencia ajena, dado que ella misma había experimentado en carne propia el régimen descabellado de su superior, pero poco después percibió el cambio en el trato, resignándose como hacía últimamente en las escasas charlas que mantenía con él. Al fin y al cabo oscilaban entre la formalidad y la informalidad, danzando sin orden ni concierto, forzando a Becca a adaptarse como podía a la situación. Y en cierta forma, en lo más hondo de su fuero interno, le molestaba― Me recuerdan un poco a la incursión en el Desierto del Oeste, cuando cayó un rayo a pocos metros del blindado. Parecerá una tontería, pero le temo más a la naturaleza que al enemigo ―musitó, manteniéndole la mirada al oficial con renovada confianza en sí misma.

[02:57:03] Vincent L. Everett : -Es una buena soldado, Denver- Esta vez el tono de oficial superior salió a flote. – En Australia la propia naturaleza puede determinar la victoria en el campo de batalla. Es prudente al respetarla –asintió aprobando la observación contraria. En ella veía más que un simple teniente. Era, en verdad, un reflejo demasiado parecido a sí mismo en el pasado- Sin embargo ¿No le parece que los truenos son una esplendida demostración de poder? Aunque entiendo que les tenga miedo, ante tanta fuerza desplegada, alguien demasiado débil no podría ingeniárselas- Y eso, nada tenía que ver con un fenómeno natural

―No le hago asco a dormir arrullada por algún que otro trueno, señor, pero va más allá de mí ―explicó con soltura, con la vista perdida en los nubarrones color plomo que amenazaban con toldar la escasa luz de sol que quedaba en el ambiente. Las luces del campo se prendieron de a poco, emitiendo quedos chasquidos por un momento― Esa vez me sentí una tonta. Aún hoy, si se quiere. Pero toda mi vida creí que carecía de la capacidad de maravillarme por algo así, de sentirme... ―e hizo una pausa, bajando la mirada un tanto, observando los alambrados que se alzaban a su altura, a varios metros de distancia― ...vulnerable.

03:29:26] Vincent L. Everett : -No debería usted desestimarse ante un trueno- Aflojó los hombros a medida que estiraba los dedos de las manos, desentumeciéndolos. – No es la única que se maravilla con ellos- Buscó sus ojos con discreción antes de extenderle la mano. Más no buscando intimidarla, sino divisar a través de esa cortina miel el relámpago que brillaba dentro de ella y la razón de querer estrechar sus manos en un gesto de sobria cercanía- Me retiro, Teniente

―S-Sí, señor ―y fue lo único que pudo extraer de su cerebro al devolverle la mirada, deviniendo rígida su postura con evidente diligencia. Lo hacía sin querer, como si su cuerpo reaccionara de forma automática en presencia del General, pareciendo idiotizada por momentos sólo con su presencia y porte. Extendió la mano también, intentando recomponerse pieza por pieza, palabra por palabra, mirada por mirada― Buena jornada, señor ―alcanzó a replicar, estrechándole la mano. Y entonces, refugiando su mano menuda en la ajena, grande y levemente áspera, sintió cómo el mundo se le caía encima junto al peso de la verdad: jamás lo tendría, y él jamás la vería de otra forma que no fuese la correcta. El saludo terminó, y la tormenta ya estaba sobre ellos.

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