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Mensaje por Admin Dom Dic 21, 2014 11:47 pm

Los cambios suponen grandes traumas en la vida de un adolescente, porque aquellos, generalmente, se concretan por medio del dolor. Pero en este caso no hablamos solamente del dolor que causa la pérdida, sino también la traición. Si uno apalea a un animal constantemente, podrán pasar dos cosas: el animal se rendirá y esperará morir, o dejará de tener miedo y morderá la mano del agresor. Magda fue golpeada tantas veces, en tantos sentidos diferentes, que nada le duele, nada le asusta. Víctima de múltiples maltratos al comenzar la pubertad, conoció la desgracia de ser agredida de forma impune por quien se suponía debía protegerla, y conoció también la tranquilidad de tener un hogar al que retornar.

Sólo que su hogar no eran cuatro paredes ni un techo, sino el abrazo apretado de aquél por el que soportó estoica todo sufrimiento, sin decir una palabra.

Callada, introvertida, indulgente por momentos y sumamente obstinada, Magda es la extraña conjunción de lo bello y lo terrible. Por un tiempo creyó estar respirando por inercia, pero tan pronto como tuvo un propósito que cumplir, las etapas de negación, negociación y depresión dieron lugar al último estado de su psique, ése en el que permanece estancada hasta el momento: la aceptación. Espera, paciente, el día de su muerte. Lo ve venir sin poder hacer nada, como un ciervo encandilado por las luces de un coche en plena oscuridad, mientras intenta no sucumbir a la desesperación de quien se sabe falto de tiempo. Lo cierto es que le aterra morir pronto, llegó a pensar recientemente, pero no por ella misma.

Por una promesa.

La palabra es todo lo que el individuo tiene cuando ya no hay cosa que se le pueda arrebatar, se dice a sí misma, encontrando en tal reflexión los cimientos sólidos de su tenacidad. Si se levanta, es por un puñado de palabras susurradas al viento, aún cuando la gravedad la llame cada tanto y quiera recibirla con brazos maternales. Pero tiene sus noches oscuras del alma. Solloza hasta conciliar el sueño y siente cómo el cuerpo se le parte en pedazos, cómo el corazón se le estruja como si un puño invisible le atravesara el esternón. Sabe que el dolor emocional y físico compaginados no hacen más que deteriorar su entereza y debilitar su voluntad, pero con el tiempo ha aprendido a lidiar con ello, a resistir largas madrugadas de punzadas profundas.

Capaz de soportarlo todo, Magda es inquebrantable. Tiene bien claro de dónde viene, quién es y a dónde se dirige, y no duda en ayudar a aquellos que deambulan perdidos sin rumbo fijo. Haber soportado tanto en el pasado no le aflige en lo absoluto, dado que la integridad física de su hermano jamás se vio comprometida, y esa misma tranquilidad quiere seguir sintiéndola en pos de su propio sacrificio. Un frustrado deseo de ser madre dejó la impronta bruta de alguien capaz de todo para defender aquello en lo que cree, y aquellos a quienes quiere. Sin embargo, esa aparente fiereza que pareciera dormitar en su interior, coexiste con el dulce trato de quien no quiere perpetrar en otros el dolor recibido en la niñez. Incapaz de levantarle la mano a nadie, Magda no cuenta con arma alguna para herir. Sólo sabe defender y defenderse, plantar cara y resistir, como las rocas inamovibles al pie de un acantilado. Golpe tras golpe, y su espíritu e identidad no se han movido un solo ápice.

Dentro de esa coraza de analgesia autoimpuesta, Magda es un ser que se maravilla por lo hermoso. Es del tipo de persona que encuentra la belleza en quien sea, pero aún cuando encontrase las palabras adecuadas para describirla, siempre pretenderá inmortalizarla en un trozo de papel. Siempre creyó que la fotografía, si bien hacía lo mismo, era totalmente impersonal, distante y fría. En cambio, el trazo irregular, el olor del grafito caliente al rozar la hoja, la esencia de otro en manos suyas... Eso la hace sentir bien al poner en ello todo su esfuerzo y amor, cada bocanada de aire y cada latido de su maltrecho corazón.

La existencia de Magda gira en torno a retratar a otros. Los pocos bocetos que ha logrado juntar han sido de civiles de Punce antes de partir, y de todos ellos guardó secretos. Como una madre, hace propia la angustia de otros y cree en librarlos de esa carga al plasmar en su cuaderno la mejor cara de aquellos a los que dibuja. "Éste es tu verdadero yo", dijo varias veces, llegando a quedar atrapada en el abrazo y el silencio de un chico, o convirtiendo en sonrisa las lágrimas amargas de una mujer. Por esto, por el altruismo innato y la pureza de alma de esta joven, muchos le han dicho que no merece tener la vida que lleva, que es injusto.
Ella sólo reprime una sonrisa y se limpia el grafito de la cara con dedos pálidos.

"No habré muerto en vano si hice que tu vida cambiara para bien".

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Llevo varios minutos intentando encontrar las palabras adecuadas. Aún cuando quiero no escribir nada, esperar a que regreses y gritarte, siento la urgencia de irme cuanto antes de esta casa. Mi cuarto parece achicarse cada minuto que pasa, el marco de la puerta cruje, y creo que si no salgo de aquí ahora me engullirá. Pero no quiero marcharme sin decirte por qué, privarte de aquello que tanto te mereces. Sólo por eso me quedaré un segundo más, y seré breve.

Ahora que Mat no está, me doy cuenta de lo sola que estuve aquí contigo por tanto tiempo. ¿De qué me sirve que llegues a casa cabreado, encuentres consuelo en una botella y decidas que la causa de toda tu miseria soy yo? Por años creí que de verdad había hecho algo malo, que merecía cada golpe. Y lo acepté. Acepté el castigo y bajé la cabeza, segura de que algún día dejarías de verme como a tu enemigo. Pero, ¿no se supone que un enemigo te quiere ver caer, quiere que falles, odia cada cosa de ti?
Yo quería acertaras, papá, pero que acertaras cada puñetazo. Con los meses, saber que sólo yo recibía esa violencia me hacía sentir bien, porque creía que era una manera de alejar a Mat de tu alcance.

Y como nunca le levantaste la mano a esa criatura, supongo que tenía razón.

Hay algo que quiero decir, algo que quiero que sepas. Varios meses atrás, el último día que osaste ponerme un dedo encima, Mat entró sin tocar a mi habitación y me vio lavándome las heridas. Su cara perdió el color por un momento, y asumo que sintió ganas de vomitar. No dijo nada al principio, y después de evitar mirarme a la cara por varios minutos, me sacó el paño húmedo de las manos y me pidió que me volteara. Ese ángel no le hizo asco a ver marcas y moretones: cantó para mí la canción de mamá hasta que el alma dejó de dolerme, y enjuagó con dedicación cada costra de sangre coagulada.
Mat lo sabía, ¿y tienes idea de lo que me preguntó?

"Maggie, ¿qué hiciste para cabrear a papá?"

Y esa fue la primera vez que me lo pregunté yo también. No merecí nunca tu maltrato, tu desamor, tu indiferencia, tu falta de interés en mí. A partir de entonces comencé a preocuparme más por mi misma, porque si por gracia divina te ahogabas en tu propia bilis, no hubiera quedado nada más que una muñeca de trapo para cuidar de Mateusz. Pero me preocupé demasiado tarde.

¿Recuerdas las puntadas en el pecho? ¿Las que te hacían dejarme en paz para no finiquitarme? La última vez fueron tan fuertes que me desvanecí en plena calle. Desperté en el hospital, intubada, y antes de coger todas mis cosas y marcharme por el pánico, leí el reporte.

Me estoy muriendo, papá. Mi corazón dejará de funcionar más pronto que tarde, y sólo por ello quiero invertir el tiempo que me lleva escribirte para decirte que te perdono. Te perdono por el daño causado, por el miedo, por hacerme creer que no era digna de estar viva.

Te perdono, pero jamás voy a olvidar.

M-



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